sábado, 28 de mayo de 2011

Poder, violencia y Movimientos Sociales

La globalización ha supuesto una modificación de los paradigmas clásicos existentes hasta la caída del Muro de Berlín. Hasta entonces, las relaciones internacionales podían comprenderse enmarcadas en una visión de confrontación de bloques. El comunismo parecía contener el avance desmesurado del capitalismo en una mitad del globo. Pero la desaparición de este sistema de organización político-económico dejó vía libre a la expansión del capitalismo por aquellos espacios geográficos que todavía no había llegado a dominar.

El término globalización hace que muchas de las premisas respecto a las unidades geográficas naturales dentro del capitalismo, se vuelvan cada vez menos significativas y que ciertas tensiones esten incluidas en el análisis materialista del proceso de circulación del capital para extraer la plusvalía. El capitalismo está siempre sometido al impulso de acelerar el tiempo de rotación y la circulación de capital[1], es decir, vinculado al desarrollo de los medios de comunicación y transporte de materiales inherentes al capitalismo, fuerza de producción (trabajadores y maquinaria), así como capital. La acumulación de capital siempre ha estado relacionada con un proceso de aceleración en el intercambio de capitales y con la revolución de los transportes y la información, que sinérgicamente han sido capaces de traspasar las barreras espaciales que se le oponían al capitalismo. Las innovaciones en la materia de reducción del espacio y tiempo han sido una constante en la innovación tecnológica.

Una vez el capitalismo hubo arraigado sistémicamente este comenzaría a fragmentar los cimientos de los paradigmas teóricos que hasta esos días habían sustentado el pensamiento político, aunque en los Estados desarrollados los cimientos comenzaron a resquebrajarse décadas antes. Es lo que Francis Fukuyama denominaría como el “fin de la historia”, el fin de los “ismos” y de las certezas absolutas.  El liberalismo ya sufriría sus primeras  fisuras con la necesidad de la intervención estatal para erradicar las contradicciones internas que posee de dominación-explotación tras finalizar la II Guerra Mundial. El marxismo se enfrentaría a una difuminación de las clases sociales, sustento principal de su teoría de contradicción interna del capitalismo, causado principalmente por el desarrollo del Estado de Bienestar.  Autores como Chase-Dunn[2] explican que la concentración de capital en los Estados desarrollados supondría una pacificación de estos, ya que el desarrollo del Estado de Bienestar acolcharía las consecuencias del sistema capitalista creando una armonía entre capital y trabajo.  Esto unido a que en estos Estados centrales del Sistema-Mundo wallersteiniano, perdían trabajadores fabriles a favor de trabajadores del sector servicios o de la información debido a la deslocalización geográfica del trabajo para reducir costes de producción hacia Estados de la periferia, hace que el paradigma marxista pierda fuerza en los Estados más desarrollados, quedando totalmente obsoleto si no se utiliza con una óptica global.

La globalización, de la manco con el desarrollo del capitalismo experimentado en el globo durante la segunda mitad del siglo XX, habían trastocado los axiomas fundamentales de las principales corrientes teóricas de la Era Moderna. Sin embargo no pasarían de largo sin afectar al componente político clave que ha facilitaría el desarrollo del capitalismo, el Estado-nación. Kaldor [3]comenta en su texto que antaño, los Estados poseían una estructura vertical, con una fuente de poder perfectamente definida, que se veía capaz de afrontar todos los retos que se interpusiesen al Estado, sin embargo actualmente numerosos científicos sociales se están interesando por un suceso novedoso, la desfiguración soberana del Estado-nación.

Kaldor apunta que este orden jerárquico vertical está siendo sustituido por una organización más horizontal en la que ya no solo el Estado-nación posee la capacidad de toma de decisiones, sino que existen otros entes, configurados en una red nodal al estilo de una telaraña, que poseen también influencia en ese proceso de toma de decisiones. Es lo que otros autores como Hardt, M. y Negri, A. han denominado “el paso del Imperialismo al Imperio”. David Harvey ya define al Imperialismo como un “proyecto político específico, propio de agentes cuyo poder se basa en el control de un territorio y la capacidad de movilidad sus recursos con finalidades políticas, económicas y militares”. El Imperialismo por tanto queda definido por dos factores fundamentales, el territorio y el capital. Un componente político, cuya máxima expresión histórica es el Estado, definido este por unas fronteras; y por otro lado un componente económico que actúa en la componente espacio-tiempo. Las ansias de acumulación tanto de poder como de capital, por parte de las potencias imperialistas habrían llevado al capitalismo a una expansión sin precedentes, abarcando actualmente la práctica totalidad del globo, así como otros continentes inmateriales.

Producto de esta expansión de la economía-mundo habrían comenzado a surgir sujetos supranacionales o internacionales, que no se encuentran limitados por barreras territoriales para ejercer su actuación, además de las maquinarias políticas ya existentes previamente, que unidos a lo que Harvey denominaría como compresión espacio-temporal, ha dado lugar a otra forma de soberanía: el Imperio.             

Esta nueva forma soberana tendría como principales características, según Negri, que la soberanía no reside ya únicamente en el Estado-nación, sino que esta se encuentra desperdigada en diferentes sujetos, algunos acotados a unas fronteras físicas (Estados), mientras que otros superan estas barreras. Un sistema donde todos estos sujetos se encuentran interrelacionados a través de redes o flujos de poder, que impide que ningún actor pueda ser considerado, citando a Negri, "autoridad suprema". Los Estados-nación no solo dependen de ellos actualmente para administrar su soberanía, el capitalismo a través de multinacionales, carteras y fondos de inversión, así como por la simple especulación va a determinar de una manera hasta entonces nunca vista, la supuesta autonomía política del histórico todopoderoso Estado-nación. Sino véanse las actuaciones llevadas a cabo por numerosos gobiernos europeos para reducir el coste de su deuda en los mercados financieros, sobre todo a través de recortes sociales.
El Estado-nación como lo hemos concebido tradicionalmente ha dejado de existir, perdiendo parte de su soberanía en pos de organizaciones transnacionales, como la Unión Europea, o estando fuertemente influidos por el sistema capitalista-financiero.

Sin embargo la globalización no ha influido únicamente en la vertiente internacional de los Estados, sino que también ha modificado el status quo en gran parte de estos con la aparición de numerosos movimientos nacionalistas. Kaldor hace mención a esto en su texto, explicando como principales causas de su aparición la difuminación de las identidades colectivas debido a la globalización, así como a un auge exacerbado  del individualismo basado en la corriente postmodernista de pensamiento que predomina nuestro tiempo. El auge de los movimientos identitarios puede tener cierta relación con lo que e diríal psicólogo estadounidense Abraham Maslow en 1943, a través de su obra A theory of human motivation, en la que propuso una pirámide de necesidades que las personas deben satisfacer para poder alcanzar su autorrealización. Esta pirámide consta de 5 escalones o niveles (fisiología, seguridad, afiliación, reconocimiento, autorrealización) que los individuos van superando únicamente cuando las necesidades del escalón inmediatamente inferior han sido satisfechas.

Entre los escalones o niveles que Maslow define, se encuentra en tercera posición el nivel de “afiliación y afecto”.  En este nivel se encuentran las necesidades socio-afectivas del individuo (asociación, participación, pertenencia, aceptación), siendo este el escalón intermedio por el que los individuos deben pasar para poder alcanzar la autorrealización. Es decir, es un escalón que debe sobrepasarse de manera obligatoria si el individuo pretende sentirse realizado, si pretende significar su vida. La pregunta que se nos plantea sería ¿Quién no lo intenta? Por tanto, esta pregunta nos lleva a otra cuestión, ¿Toda persona tiene la necesidad de sentir satisfechas esas necesidades socio-afectivas? Y algo más importante aún desde el ámbito politológico, ¿Toda persona va a necesitar sentirse como parte de una estructura superior para poder autorrealizarse?

Según parece, y como se ha podido observar en la historia de la humanidad, si no todos, la gran mayoría de los individuos van a intentar satisfacer esas necesidades socio-afectivas. Es entonces cuando aparece ese movimiento político que intenta resolver esta disyuntiva. El nacionalismo. Un movimiento político y social, que no ha pasado inadvertido desde sus primeros destellos.

Sin embargo han aparecido otro tipo de movimientos sociales diferentes a los tradicionales, como los nacionalismos o los movimientos obreros, que se caracterizan por surgir en sociedades postindustriales o postmodernas y de consumo con una amplia clase media,  teniendo por bandera demandas de nueva generación como aspectos identitarios (feminismo, libertad sexual,…), elementos culturales, derechos civiles, ecologismo, etc. Sus seguidores a diferencia de los movimientos sociales tradicionales, no se identifican con una única clase social (¿Efecto de la globalización?), siendo generalmente grupos heterogéneos y con elevado nivel cultural y educativo.

Los movimientos sociales emergen de las relaciones sociales. Una de las características de las relaciones sociales es el conflicto (choque de dos o más grupos de personas unidos por ideología, condición o clase social, creencias religiosas, cultura…), cuya variedad es enorme. Un movimientos social para que sea definido como tal debe tener una serie de componentes mínimos tales como “un colectivo de personas que comparten una idea respecto a un tema en concreto, con cierto grado de organización aunque no esté fuertemente organizada o institucionalidad, que pretende llevar a cabo sus reivindicaciones mediante la acción colectiva, que pueden ir desde acciones convencionales hasta un alto grado de espontaneidad.  

Sidney Tarrow, así como Charles Tilly han sido dos grandes estudiosos de los movimientos sociales. En relación a estos hay que tener siempre una cuestión fundamental. Solo van a surgir en aquellos ámbitos en los que tengan probabilidad de éxito, por mínimo que sea. Es lo que Charles Tilly denominaría la teoría de “oportunidades políticas”[4]. Estas oportunidades políticas estarán influenciadas por una serie de factores determinados tales como:
-          - Grado de apertura del sistema político: Los regímenes intolerantes y represivos van a dejar a poco lugar para el surgimiento de los movimientos sociales.
-         -  El grado de estabilidad de las élites: Si éstas se mantienen unidas, sin fisuras, habrá poco espacio para las reivindicaciones de los movimientos sociales.
-          - Apoyos dentro de las élites: Que exista una fractura en el gobierno y se dé lugar a que esas élites necesiten incorporar nuevos apoyos sociales, entonces los movimientos sociales tendrán oportunidad de reivindicarse. Será una constante en los procesos de reformas.
-         - Capacidad del régimen para reprimir el movimiento: el Estado puede tener un carácter oligárquico, dictatorial o represivo pero puede no tener la capacidad suficiente para reprimir el movimiento.

Además, Tarrow especifica en su texto un factor fundamental a la hora de que los movimientos sociales puedan conseguir sus objetivos, que son “los ciclos de protesta”. Estos se producen al ampliarse las oportunidades de éxito, uniéndose más participantes al movimiento, lo que supone que muchas veces queden al descubierto las debilidades de la autoridad. Se lucha por obtener el respaldo de lo que podría convertirse en base de apoyo. Estos ciclos de protesta obligan a otros actores a posicionarse sobre las demandas del movimiento social. Durante la vida de un movimiento existirán períodos en los que se muestre más desmovilizado que en otros, y su actividad será más o menos intensa. Cuando es muy intensa se dan ciclos de protesta, que son fases o períodos concretos de tiempo en los que la acción colectiva alcanza una gran intensidad, siendo sus principales consecuencias una intensificación del conflicto unida a una mayor difusión social y geográfica de este, así como una expansión del repertorio de acciones colectivas por parte del movimiento social. También pueden surgir nuevas organizaciones que refuercen el movimiento.
Se dan en contextos de estructuras de oportunidades políticas (debilitamiento de las élites políticas). Ante este contexto, puede que un grupo o movimiento, tradicionalmente movilizado, se movilice más intensamente, y si consigue demandas puede provocar 2 consecuencias:
-          Mostrar la vulnerabilidad de las autoridades y mostrar el camino a otros movimientos y reivindicaciones. Grupos tradicionalmente menos movilizados
-          Lesionar intereses de otros grupos, que dará lugar a contramovimientos.
-          Conformación de nuevas coaliciones o lealtades políticas en busca de mayor apoyo social
-          Nuevas demandas, formas de organización y acción colectiva, desarrollo de las ideologías, radicalización.
-          Intensificación de la interacción con los agentes de poder: reforma, revolución y contrarrevolución.

Es sabido que todo movimiento social va a poseer una estructura que coincida con lo que primero Lenin y posteriormente Gramsci teorizaría. Es necesaria siempre una vanguardia que tanto a nivel intelectual como a nivel organizativo-activista mantenga la existencia y permanencia del movimiento social para que no se diluya en periodos en los que la conflicto se encuentre en situaciones de escasa actividad. Es necesario que esta vanguardia mantenga al movimiento de manera latente esperando la situación oportuna para desencadenar unos ciclos de protesta, al que después se le sumarán más activistas.

Otro elemento analizado sobre los movimientos sociales son sus repertorios de actuación. Estos pueden ir desde formas convencionales de protesta, entendidas estas como las legítima dentro de un sistema social, en nuestro caso democrático, pasando por formas transgresoras (consideradas ilegales en el sistema social) que van a delimitar muchas veces con las formas de acción violenta, y luego podemos encontrar actuaciones violentas, generalmente basadas en ataques a la propiedad privada (las menos graves) o que pueden poner en riesgo la integridad física de individuos.

Maffesoli ya indica que el uso en potencia de la violencia es un factor importante de estabilidad social que se produce a través de la acción coercitiva de la violencia por parte del Estado[5], “siendo considerado violento por un sistema social todo aquello considerado como inadmisible o innecesario”[6], es decir, aquello que atenta contra los principios básicos del sistema social establecido. Los movimientos sociales que generalmente atenten contra la legitimidad del Estado utilizarán medios violentos, en respuesta a la capacidad legítima que este posee del uso de la violencia y sus instrumentos de coerción, la policía y el ejército. Esta violencia será muchas veces la causa de que movimientos sociales no sean respaldados por parte de la población si es vista como algo que atenta contra los principios básicos del sistema, sin embargo, en determinado nivel de ciclos de protesta, cuando las acciones represivas por parte de la maquinaria estatal llegan a ser muy fuertes, la violencia puede ser el catalizador de la cohesión social del movimiento que vaya a enfrentarse al Estado.

Sin embargo existen otros tipos de violencia que no son tan aparentes ni puntuales como la violencia explícita. En el texto de calleja aparecen definidos otros tipos de violencia que poseen una génesis y expresión diferente, como es la violencia estructural basada en las desigualdades económicas y la violencia legitimista que se produce con la infracción de las normas socialmente aceptadas.

La violencia es la expresión manifiesta del poder que puede dañar tanto la propiedad privada como la integridad física de los ciudadanos, que no únicamente posee una cara visible sino que también está presente de una forma más “difusa y rutinizada”[7] en palabras de Foucault, que impida el libre desarrollo de los derechos fundamentales de las personas reprimiendo valores universales y que seguramente desemboque en un ciclo de protesta en cuanto las oportunidades políticas lo permitan.


[1] Harvey D. Espacios de esperanza. Madrid; Akal, cuestiones de antagonismo, pp. 71-92.
[2] Shannon, T.R. World-System Structure. Colorado, Westview Press .pp. 23-43.
[3] Kaldor , M. Las políticas de las nuevas guerras. En Kaldor, M. Las nuevas guerras.
[4] Tarrow, S. El poder en movimiento. Alianza Editorial.
[5] Calleja, E. Un intento de definición y caracterización de la violencia.

[6] Ibidem
[7] Ibidem.

De nuevo a la carga.

Tras un periodo de ausencia más largo de lo que me gustaría retomo, en la recta final de curso, este blog.
En breve colgaré nuevas reflexiones sobre teoría política, sobre la actualidad en de la política en España y sobre política internacional.

Un saludo