domingo, 10 de noviembre de 2013

"Potencias nucleares" escrito por Adrián Vidales García

Durante los últimos tres años, en un contexto de alarmismo sobre el plan nuclear iraní, han sido numerosas las noticias internacionales que comenzaban con el encabezado de “Irán pretende unirse al club de las potencias nucleares” o “Teherán da un nuevo paso hacia la conversión en potencia nuclear”. ¿Pero tenemos claro el verdadero significado de las palabras “potencia nuclear”?

Generalmente, se entiende por potencia nuclear a un Estado que posee armamento nuclear. Por su parte, “Estado poseedor de armas nucleares” es un término usado en el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) para referirse a todos aquellos países que detonaron artefactos nuclear antes de 1967, año anterior al de la firma de dicho tratado.

“….A los efectos del presente Tratado, un Estado poseedor de armas nucleares es un Estado que ha fabricado y hecho explotar un arma nuclear u otro dispositivo nuclear explosivo antes del 1º de enero de 1967.” (Artículo 9, párrafo 3 del TNP)

Partiendo de dicha definición, podemos decir que, actualmente tan sólo existen cinco Estados en el mundo que puedan ser considerados “potencias nucleares”: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China. Veamos, brevemente, cuál ha sido la evolución de los programas nucleares de estos países.

Estados Unidos
Único país que ha utilizado alguna vez armas nucleares en un conflicto bélico, Estados Unidos desarrolló las primeras armas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial en cooperación con el Reino Unido y Canadá (el famoso “Proyecto Manhattan”). Probó su primera arma nuclear en 1945 y, poco después, lanzaría sus creaciones sobre Hiroshima y Nagasaki. Fue el primer país en desarrollar la bomba de hidrógeno (probándola en 1952) y durante la Guerra Fría, llegó a poseer unas 35.000 armas atómicas. En la actualidad (datos de 2012) los Estados Unidos disponen de unas 2.150 ojivas nucleares activas (1.950 estratégicas y 200 tácticas) más otras 2.800 en reserva y unas 3.000 almacenadas para desmantelamiento, haciendo un total de, aproximadamente, 8.000 armas.

Rusia
La Federación Rusa es el país con el mayor arsenal de armas nucleares del mundo, tanto en activo como en reserva. La URSS probó su primera arma nuclear en 1949, en un intensivo proyecto desarrollado parcialmente mediante espionaje que sería puesto en marcha tras el ataque a Hiroshima y Nagasaki, con el fin de lograr alcanzar un equilibrio de poderes durante la Guerra Fría que garantizara la supervivencia de la Unión Soviética. Durante la Guerra Fría, la URSS llegó a disponer de un arsenal de unas 45.000 armas nucleares que, en su mayoría y tras su disolución en 1991, quedaron en posesión de Rusia; la cual, a través de compras y acuerdos con las demás naciones de la disuelta Unión (Kazajstán, por ejemplo), lograría reincorporar la totalidad del antiguo arsenal soviético. Actualmente (datos de 2012) Rusia dispone de unas 4.430 ojivas nucleares activas (2.430 estratégicas y 2.000 tácticas) más unas 5.500 almacenadas para desmantelamiento, lo que totaliza unas 10.000, si bien algunas informaciones apuntan a un total de 14.000 cabezas nucleares.

Reino Unido
El Reino Unido realizaría su prueba nuclear en 1952, utilizando gran parte de los datos obtenidos mientras colaboraba con Estados Unidos en el Proyecto Manhattan. Su programa fue motivado por la voluntad inglesa de contar con una fuerza disuasiva frente a la amenaza soviética, y mantener un papel de potencia mundial en la Europa de la Guerra Fría. En la actualidad, Reino Unido mantiene su arsenal de unas 250 cabezas (160 de ellas activas) desplegadas en sus flotas de submarinos y cazabombarderos.

Francia
Francia comenzó a desarrollar su propio programa nuclear (a través de investigaciones propias y de las aportaciones de científicos franceses que habían colaborado en el Proyecto Manhattan) en la década de los 50 ante el deseo francés de constituir un contrapeso en Europa al protagonismo de EEUU en el seno de la OTAN, como elemento de disuasión independiente frente a la URSS, y como vía para mantener un estatus de gran potencia en el nuevo mundo surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Tras llevar a la práctica su primera prueba nuclear en 1960, Francia fue desarrollando un arsenal nuclear propio que, si bien fue parcialmente reducido tras el fin de la Guerra Fría, actualmente cuenta con unas 300 cabezas nucleares articuladas en un sistema basado en submarinos con misiles balísticos y misiles aire-tierra de medio alcance.

China
China probó su primera arma nuclear en 1964, siendo el primer país asiático en desarrollar y probar esta clase de armamento; armamento que fue concebido (al igual que ocurriría en otros casos) como una carta de disuasión frente a las dos superpotencias de la Guerra Fría, con las que China mantuvo largos periodos de enfrentamiento alternativo. Actualmente, China está centrando su programa nuclear hacia la modernización y desarrollo tecnológico de su arsenal, más que en el aumento cuantitativo del mismo; a pesar de lo cual (según datos de 2011) se estima que el arsenal chino cuenta con unas 240 ojivas nucleares, de las que aproximadamente 178 se encontrarían activas.




El Tratado de No Proliferación Nuclear
Pero volvamos al TNP. Impulsado por Estados Unidos y la Unión Soviética, el Tratado de No Proliferación Nuclear fue abierto a la firma en 1968 (y desde entonces, ha sido ratificado por la inmensa mayoría de Estados soberanos del mundo), con el objetivo expreso de impedir la proliferación de armamento nuclear a escala mundial, dado el tremendo poder de destrucción de estas armas. A pesar de ello, y paradójicamente, en el propio texto del Tratado se reconoce implícitamente el derecho a tener armamento nuclear a cinco países: Estados Unidos, la URSS (ahora Rusia), Reino Unido, Francia y China; lo que constituiría un claro intento de consagración de una situación de status quo que garantizara que los cinco países que podrían vetar el cumplimiento del Tratado (recordemos que el encargado de velar por el cumplimiento de la legalidad internacional es el Consejo de Seguridad de la ONU) no lo hicieran.

Con la firma del TNP, los cinco “Estados poseedores de armas nucleares” se comprometen a no transferir a otros países estas armas y a no facilitarles la tecnología y equipos necesarios para desarrollar un armamento nuclear (art. 1), aunque pueden facilitar a los restantes países del TNP toda la ayuda necesaria para el desarrollo de la energía nuclear con fines pacíficos, cuyo uso está expresamente reconocido por el Tratado (art. 4). Dicho uso tiene que llevarse a cabo respetando las salvaguardias presentes en el Tratado; y todos los Estados firmantes deben comprometerse a suscribir acuerdos de supervisión con el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) para garantizar que sus programas no tienen fines militares (art. 3).

Finalmente, los Estados poseedores de armas nucleares se comprometen a “celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacional” (art. 6). La expresión “en fecha cercana” dejaba patente que no se imponía a estos países una fecha límite para la puesta en marcha del desarme, lo que hace que, a día de hoy, este siga sin haberse producido más allá de pequeños acuerdos bilaterales, sobre todo entre Estados Unidos y la URSS/Rusia (los famosos acuerdos SALT).

A día de hoy, el TNP constituye una pieza clave del sistema de seguridad colectiva y un pilar básico de la paz y estabilidad mundiales. Pero lo cierto es que la efectividad del Tratado depende claramente de la propia voluntad política de los miembros de la comunidad internacional, punto que se pone de manifiesto en el hecho de que son muchos los países que han instrumentalizado su adhesión al mismo con el fin de desarrollar sus propios programas nucleares. Así, países como Brasil y Argentina tan sólo se adhirieron a él (Argentina lo haría en 1995, y Brasil en 1997) tras lograr plena capacidad y autonomía en materia nuclear (lo que les permitiría poner en marcha un programa armamentístico en poco tiempo y sin dependencia del exterior); algunos países, como Corea del Norte, se adhirieron a él pero posteriormente lo denunciaron (Pyonyang lo hizo en 2004); y otros como India, Pakistán e Israel se han negado reiteradamente a firmar el Tratado de No Proliferación (siendo junto con Corea del Norte y Sudán del Sur los únicos países que actualmente no son partes del TNP) con el objetivo de desarrollar sus propios arsenales nucleares, cosa que los tres países ya han conseguido, uniéndose de facto (y junto con Corea del Norte) al club de las potencias nucleares.

Y es precisamente en el problema de los países no firmantes donde se pone de manifiesto que la legitimidad y eficacia del TNP no depende solo de una voluntad política de respeto al mismo, sino también de la voluntad de la comunidad internacional por hacer cumplir sus disposiciones. En efecto, este punto pone de manifiesto lo que ha venido en denominarse la “hipocresía nuclear” de las potencias nucleares: el hecho de que se haya tolerado que India, Pakistán e Israel hayan alcanzado capacidades militares nucleares (incluso colaborando con ellas en el caso de India) mientras que a otros países se les hayan impuesto fuertes sanciones internacionales por desarrollar programas que, en el caso de Irán, ni siquiera se ha podido probar que tengan objetivos militares.


Conclusión
El TNP ha merecido numerosas críticas a lo largo de su vigencia por parte de un gran número de países, que consideran que el Tratado consagra una profunda situación de discriminación entre “Estados poseedores de armas nucleares” y “Estados no poseedores de armas nucleares” desde una doble perspectiva: por un lado, impone obligaciones sobre los segundos que no aplica a los primeros, al prohibir a aquellos la fabricación o adquisición de armas nucleares; lo que, yendo más allá en la crítica, constituye un déficit de seguridad del resto del mundo respecto de “los cinco (u ocho) privilegiados”. Por otro lado, las medidas para el control de armamentos y el desarme nuclear, al hacer depender su puesta en marcha de la voluntad política de las potencias nucleares, son débiles, insuficientes y no compensan las estrictas obligaciones aceptadas por los otros miembros del Tratado.

No obstante, y pese a todas estas críticas (legítimas por otro lado) la Conferencia de Desarme de 1995 examinó y prorrogó indefinidamente la vigencia del TNP, dando así un empuje decisivo al actual sistema de no proliferación nuclear. Y es que, a día de hoy y al margen de sus carencias, el Tratado de No Proliferación es el único instrumento del que dispone la comunidad internacional para intentar garantizar la no extensión de un armamento que podría borrar del mapa a países enteros en sólo unos días.

A pesar de ello, y según datos del prestigioso Instituto de Estocolmo de Estudios para la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), el número total de cabezas nucleares disponibles a comienzos de 2012 ascendía a unas 19.000 unidades, de las cuales 4.400 estarían en situación operativa. Por otro lado, Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido continuarán siendo potencias nucleares en el futuro, ya que siguen modernizando su sistema armamentístico nuclear. Por su parte, India, Pakistán e Israel siguen aumentando sus arsenales (que se estiman en unas 80-150 unidades en los tres casos), seguidos a más distancia por Corea del Norte (con una estimación de entre 7 y 10 cabezas nucleares operativas).

Así pues, el camino hacia un mundo libre de armas nucleares es todavía muy largo.