sábado, 28 de mayo de 2011

Poder, violencia y Movimientos Sociales

La globalización ha supuesto una modificación de los paradigmas clásicos existentes hasta la caída del Muro de Berlín. Hasta entonces, las relaciones internacionales podían comprenderse enmarcadas en una visión de confrontación de bloques. El comunismo parecía contener el avance desmesurado del capitalismo en una mitad del globo. Pero la desaparición de este sistema de organización político-económico dejó vía libre a la expansión del capitalismo por aquellos espacios geográficos que todavía no había llegado a dominar.

El término globalización hace que muchas de las premisas respecto a las unidades geográficas naturales dentro del capitalismo, se vuelvan cada vez menos significativas y que ciertas tensiones esten incluidas en el análisis materialista del proceso de circulación del capital para extraer la plusvalía. El capitalismo está siempre sometido al impulso de acelerar el tiempo de rotación y la circulación de capital[1], es decir, vinculado al desarrollo de los medios de comunicación y transporte de materiales inherentes al capitalismo, fuerza de producción (trabajadores y maquinaria), así como capital. La acumulación de capital siempre ha estado relacionada con un proceso de aceleración en el intercambio de capitales y con la revolución de los transportes y la información, que sinérgicamente han sido capaces de traspasar las barreras espaciales que se le oponían al capitalismo. Las innovaciones en la materia de reducción del espacio y tiempo han sido una constante en la innovación tecnológica.

Una vez el capitalismo hubo arraigado sistémicamente este comenzaría a fragmentar los cimientos de los paradigmas teóricos que hasta esos días habían sustentado el pensamiento político, aunque en los Estados desarrollados los cimientos comenzaron a resquebrajarse décadas antes. Es lo que Francis Fukuyama denominaría como el “fin de la historia”, el fin de los “ismos” y de las certezas absolutas.  El liberalismo ya sufriría sus primeras  fisuras con la necesidad de la intervención estatal para erradicar las contradicciones internas que posee de dominación-explotación tras finalizar la II Guerra Mundial. El marxismo se enfrentaría a una difuminación de las clases sociales, sustento principal de su teoría de contradicción interna del capitalismo, causado principalmente por el desarrollo del Estado de Bienestar.  Autores como Chase-Dunn[2] explican que la concentración de capital en los Estados desarrollados supondría una pacificación de estos, ya que el desarrollo del Estado de Bienestar acolcharía las consecuencias del sistema capitalista creando una armonía entre capital y trabajo.  Esto unido a que en estos Estados centrales del Sistema-Mundo wallersteiniano, perdían trabajadores fabriles a favor de trabajadores del sector servicios o de la información debido a la deslocalización geográfica del trabajo para reducir costes de producción hacia Estados de la periferia, hace que el paradigma marxista pierda fuerza en los Estados más desarrollados, quedando totalmente obsoleto si no se utiliza con una óptica global.

La globalización, de la manco con el desarrollo del capitalismo experimentado en el globo durante la segunda mitad del siglo XX, habían trastocado los axiomas fundamentales de las principales corrientes teóricas de la Era Moderna. Sin embargo no pasarían de largo sin afectar al componente político clave que ha facilitaría el desarrollo del capitalismo, el Estado-nación. Kaldor [3]comenta en su texto que antaño, los Estados poseían una estructura vertical, con una fuente de poder perfectamente definida, que se veía capaz de afrontar todos los retos que se interpusiesen al Estado, sin embargo actualmente numerosos científicos sociales se están interesando por un suceso novedoso, la desfiguración soberana del Estado-nación.

Kaldor apunta que este orden jerárquico vertical está siendo sustituido por una organización más horizontal en la que ya no solo el Estado-nación posee la capacidad de toma de decisiones, sino que existen otros entes, configurados en una red nodal al estilo de una telaraña, que poseen también influencia en ese proceso de toma de decisiones. Es lo que otros autores como Hardt, M. y Negri, A. han denominado “el paso del Imperialismo al Imperio”. David Harvey ya define al Imperialismo como un “proyecto político específico, propio de agentes cuyo poder se basa en el control de un territorio y la capacidad de movilidad sus recursos con finalidades políticas, económicas y militares”. El Imperialismo por tanto queda definido por dos factores fundamentales, el territorio y el capital. Un componente político, cuya máxima expresión histórica es el Estado, definido este por unas fronteras; y por otro lado un componente económico que actúa en la componente espacio-tiempo. Las ansias de acumulación tanto de poder como de capital, por parte de las potencias imperialistas habrían llevado al capitalismo a una expansión sin precedentes, abarcando actualmente la práctica totalidad del globo, así como otros continentes inmateriales.

Producto de esta expansión de la economía-mundo habrían comenzado a surgir sujetos supranacionales o internacionales, que no se encuentran limitados por barreras territoriales para ejercer su actuación, además de las maquinarias políticas ya existentes previamente, que unidos a lo que Harvey denominaría como compresión espacio-temporal, ha dado lugar a otra forma de soberanía: el Imperio.             

Esta nueva forma soberana tendría como principales características, según Negri, que la soberanía no reside ya únicamente en el Estado-nación, sino que esta se encuentra desperdigada en diferentes sujetos, algunos acotados a unas fronteras físicas (Estados), mientras que otros superan estas barreras. Un sistema donde todos estos sujetos se encuentran interrelacionados a través de redes o flujos de poder, que impide que ningún actor pueda ser considerado, citando a Negri, "autoridad suprema". Los Estados-nación no solo dependen de ellos actualmente para administrar su soberanía, el capitalismo a través de multinacionales, carteras y fondos de inversión, así como por la simple especulación va a determinar de una manera hasta entonces nunca vista, la supuesta autonomía política del histórico todopoderoso Estado-nación. Sino véanse las actuaciones llevadas a cabo por numerosos gobiernos europeos para reducir el coste de su deuda en los mercados financieros, sobre todo a través de recortes sociales.
El Estado-nación como lo hemos concebido tradicionalmente ha dejado de existir, perdiendo parte de su soberanía en pos de organizaciones transnacionales, como la Unión Europea, o estando fuertemente influidos por el sistema capitalista-financiero.

Sin embargo la globalización no ha influido únicamente en la vertiente internacional de los Estados, sino que también ha modificado el status quo en gran parte de estos con la aparición de numerosos movimientos nacionalistas. Kaldor hace mención a esto en su texto, explicando como principales causas de su aparición la difuminación de las identidades colectivas debido a la globalización, así como a un auge exacerbado  del individualismo basado en la corriente postmodernista de pensamiento que predomina nuestro tiempo. El auge de los movimientos identitarios puede tener cierta relación con lo que e diríal psicólogo estadounidense Abraham Maslow en 1943, a través de su obra A theory of human motivation, en la que propuso una pirámide de necesidades que las personas deben satisfacer para poder alcanzar su autorrealización. Esta pirámide consta de 5 escalones o niveles (fisiología, seguridad, afiliación, reconocimiento, autorrealización) que los individuos van superando únicamente cuando las necesidades del escalón inmediatamente inferior han sido satisfechas.

Entre los escalones o niveles que Maslow define, se encuentra en tercera posición el nivel de “afiliación y afecto”.  En este nivel se encuentran las necesidades socio-afectivas del individuo (asociación, participación, pertenencia, aceptación), siendo este el escalón intermedio por el que los individuos deben pasar para poder alcanzar la autorrealización. Es decir, es un escalón que debe sobrepasarse de manera obligatoria si el individuo pretende sentirse realizado, si pretende significar su vida. La pregunta que se nos plantea sería ¿Quién no lo intenta? Por tanto, esta pregunta nos lleva a otra cuestión, ¿Toda persona tiene la necesidad de sentir satisfechas esas necesidades socio-afectivas? Y algo más importante aún desde el ámbito politológico, ¿Toda persona va a necesitar sentirse como parte de una estructura superior para poder autorrealizarse?

Según parece, y como se ha podido observar en la historia de la humanidad, si no todos, la gran mayoría de los individuos van a intentar satisfacer esas necesidades socio-afectivas. Es entonces cuando aparece ese movimiento político que intenta resolver esta disyuntiva. El nacionalismo. Un movimiento político y social, que no ha pasado inadvertido desde sus primeros destellos.

Sin embargo han aparecido otro tipo de movimientos sociales diferentes a los tradicionales, como los nacionalismos o los movimientos obreros, que se caracterizan por surgir en sociedades postindustriales o postmodernas y de consumo con una amplia clase media,  teniendo por bandera demandas de nueva generación como aspectos identitarios (feminismo, libertad sexual,…), elementos culturales, derechos civiles, ecologismo, etc. Sus seguidores a diferencia de los movimientos sociales tradicionales, no se identifican con una única clase social (¿Efecto de la globalización?), siendo generalmente grupos heterogéneos y con elevado nivel cultural y educativo.

Los movimientos sociales emergen de las relaciones sociales. Una de las características de las relaciones sociales es el conflicto (choque de dos o más grupos de personas unidos por ideología, condición o clase social, creencias religiosas, cultura…), cuya variedad es enorme. Un movimientos social para que sea definido como tal debe tener una serie de componentes mínimos tales como “un colectivo de personas que comparten una idea respecto a un tema en concreto, con cierto grado de organización aunque no esté fuertemente organizada o institucionalidad, que pretende llevar a cabo sus reivindicaciones mediante la acción colectiva, que pueden ir desde acciones convencionales hasta un alto grado de espontaneidad.  

Sidney Tarrow, así como Charles Tilly han sido dos grandes estudiosos de los movimientos sociales. En relación a estos hay que tener siempre una cuestión fundamental. Solo van a surgir en aquellos ámbitos en los que tengan probabilidad de éxito, por mínimo que sea. Es lo que Charles Tilly denominaría la teoría de “oportunidades políticas”[4]. Estas oportunidades políticas estarán influenciadas por una serie de factores determinados tales como:
-          - Grado de apertura del sistema político: Los regímenes intolerantes y represivos van a dejar a poco lugar para el surgimiento de los movimientos sociales.
-         -  El grado de estabilidad de las élites: Si éstas se mantienen unidas, sin fisuras, habrá poco espacio para las reivindicaciones de los movimientos sociales.
-          - Apoyos dentro de las élites: Que exista una fractura en el gobierno y se dé lugar a que esas élites necesiten incorporar nuevos apoyos sociales, entonces los movimientos sociales tendrán oportunidad de reivindicarse. Será una constante en los procesos de reformas.
-         - Capacidad del régimen para reprimir el movimiento: el Estado puede tener un carácter oligárquico, dictatorial o represivo pero puede no tener la capacidad suficiente para reprimir el movimiento.

Además, Tarrow especifica en su texto un factor fundamental a la hora de que los movimientos sociales puedan conseguir sus objetivos, que son “los ciclos de protesta”. Estos se producen al ampliarse las oportunidades de éxito, uniéndose más participantes al movimiento, lo que supone que muchas veces queden al descubierto las debilidades de la autoridad. Se lucha por obtener el respaldo de lo que podría convertirse en base de apoyo. Estos ciclos de protesta obligan a otros actores a posicionarse sobre las demandas del movimiento social. Durante la vida de un movimiento existirán períodos en los que se muestre más desmovilizado que en otros, y su actividad será más o menos intensa. Cuando es muy intensa se dan ciclos de protesta, que son fases o períodos concretos de tiempo en los que la acción colectiva alcanza una gran intensidad, siendo sus principales consecuencias una intensificación del conflicto unida a una mayor difusión social y geográfica de este, así como una expansión del repertorio de acciones colectivas por parte del movimiento social. También pueden surgir nuevas organizaciones que refuercen el movimiento.
Se dan en contextos de estructuras de oportunidades políticas (debilitamiento de las élites políticas). Ante este contexto, puede que un grupo o movimiento, tradicionalmente movilizado, se movilice más intensamente, y si consigue demandas puede provocar 2 consecuencias:
-          Mostrar la vulnerabilidad de las autoridades y mostrar el camino a otros movimientos y reivindicaciones. Grupos tradicionalmente menos movilizados
-          Lesionar intereses de otros grupos, que dará lugar a contramovimientos.
-          Conformación de nuevas coaliciones o lealtades políticas en busca de mayor apoyo social
-          Nuevas demandas, formas de organización y acción colectiva, desarrollo de las ideologías, radicalización.
-          Intensificación de la interacción con los agentes de poder: reforma, revolución y contrarrevolución.

Es sabido que todo movimiento social va a poseer una estructura que coincida con lo que primero Lenin y posteriormente Gramsci teorizaría. Es necesaria siempre una vanguardia que tanto a nivel intelectual como a nivel organizativo-activista mantenga la existencia y permanencia del movimiento social para que no se diluya en periodos en los que la conflicto se encuentre en situaciones de escasa actividad. Es necesario que esta vanguardia mantenga al movimiento de manera latente esperando la situación oportuna para desencadenar unos ciclos de protesta, al que después se le sumarán más activistas.

Otro elemento analizado sobre los movimientos sociales son sus repertorios de actuación. Estos pueden ir desde formas convencionales de protesta, entendidas estas como las legítima dentro de un sistema social, en nuestro caso democrático, pasando por formas transgresoras (consideradas ilegales en el sistema social) que van a delimitar muchas veces con las formas de acción violenta, y luego podemos encontrar actuaciones violentas, generalmente basadas en ataques a la propiedad privada (las menos graves) o que pueden poner en riesgo la integridad física de individuos.

Maffesoli ya indica que el uso en potencia de la violencia es un factor importante de estabilidad social que se produce a través de la acción coercitiva de la violencia por parte del Estado[5], “siendo considerado violento por un sistema social todo aquello considerado como inadmisible o innecesario”[6], es decir, aquello que atenta contra los principios básicos del sistema social establecido. Los movimientos sociales que generalmente atenten contra la legitimidad del Estado utilizarán medios violentos, en respuesta a la capacidad legítima que este posee del uso de la violencia y sus instrumentos de coerción, la policía y el ejército. Esta violencia será muchas veces la causa de que movimientos sociales no sean respaldados por parte de la población si es vista como algo que atenta contra los principios básicos del sistema, sin embargo, en determinado nivel de ciclos de protesta, cuando las acciones represivas por parte de la maquinaria estatal llegan a ser muy fuertes, la violencia puede ser el catalizador de la cohesión social del movimiento que vaya a enfrentarse al Estado.

Sin embargo existen otros tipos de violencia que no son tan aparentes ni puntuales como la violencia explícita. En el texto de calleja aparecen definidos otros tipos de violencia que poseen una génesis y expresión diferente, como es la violencia estructural basada en las desigualdades económicas y la violencia legitimista que se produce con la infracción de las normas socialmente aceptadas.

La violencia es la expresión manifiesta del poder que puede dañar tanto la propiedad privada como la integridad física de los ciudadanos, que no únicamente posee una cara visible sino que también está presente de una forma más “difusa y rutinizada”[7] en palabras de Foucault, que impida el libre desarrollo de los derechos fundamentales de las personas reprimiendo valores universales y que seguramente desemboque en un ciclo de protesta en cuanto las oportunidades políticas lo permitan.


[1] Harvey D. Espacios de esperanza. Madrid; Akal, cuestiones de antagonismo, pp. 71-92.
[2] Shannon, T.R. World-System Structure. Colorado, Westview Press .pp. 23-43.
[3] Kaldor , M. Las políticas de las nuevas guerras. En Kaldor, M. Las nuevas guerras.
[4] Tarrow, S. El poder en movimiento. Alianza Editorial.
[5] Calleja, E. Un intento de definición y caracterización de la violencia.

[6] Ibidem
[7] Ibidem.

De nuevo a la carga.

Tras un periodo de ausencia más largo de lo que me gustaría retomo, en la recta final de curso, este blog.
En breve colgaré nuevas reflexiones sobre teoría política, sobre la actualidad en de la política en España y sobre política internacional.

Un saludo

domingo, 17 de abril de 2011

Vuelvo después de Semana Santa

Tened unas buenas vacaciones.
Os espero a la vuelta.

martes, 12 de abril de 2011

Teoría Política: Geografía Política, una introducción.


La geografía política ha sido durante mucho tiempo una materia considerada como “maldita” por numerosos autores, ya que tuvo influencias teóricas en el pensamiento nacionalsocialista (ejemplo de ello es el concepto de Lenbensraum creado por el geógrafo  Friederich Ratzel). Esto haría que el estudio de esta materia, que comenzaría a finales del siglo XIX, se estancase tras la II Guerra Mundial. No sería hasta la década de los 60 del siglo pasado cuando la Geografía Política toma un nuevo impulso.

Uno de los aspectos fundamentales de la Geografía Política, es que esta está sometida a la historia. Es por tanto tetradimensional, es una relación del espacio atravesado por el tiempo.

A esta característica se le añadiría más tarde la aportación teórica de Immanuel Wallerstein y su teoría del Sistema-Mundo como unidad de análisis.
Según Wallerstein, la característica principal de un sistema social es la división del trabajo que en ella existe, explicando que un minisistema social “es una entidad en la que existe una división del trabajo completa y un único marco cultural” pero que esto no es posible dado a que existen multitud de marcos culturales. Argumenta por tanto la existencia de un único sistema denominado Sistema-Mundo, que posee una única economía, Economía-mundo, que define como una totalidad  con una única división del trabajo y múltiples sistemas políticos y culturales. Una división internacional del trabajo que hace que existan zonas geográficas que se especializan en la producción de un bien determinado.

Wallerstein dice que ya en el siglo XVI existía un capitalismo que denomina como “agrario” y que posteriormente sería  “mercantilista” e “industrial”. Esta idea está presente también en el debate que se produce entre André Gunder Frank y Ernesto Laclau, sobre si en el siglo XVI existía ya el capitalismo o Sistema-Mundo. Laclau defendería la existencia del feudalismo, mientras que Gunder Frank defendería que el sistema productivo era capitalista asociado a otras formas organizativas distintas a las contemporáneas.

Wallerstein dice que la división internacional o sistémica del trabajo tiene lugar en diferentes regiones geográficas del mundo. Y que dentro de este Sistema-Mundo existen zonas no tanto geográficas, pero sí funcionalmente divididas en tres categorías:
-          Periferia: Se caracterizan por ser Estados débiles, con poca capacidad de maniobra política y económica en la escala internacional. Estos Estados se especializan en la producción de mano de obra y bienes que poseen un bajo nivel tecnológico (Europa Oriental y las Américas).

-          Centro o núcleo: Estados que se centran en la economía que precisa mayor especialización. Son Estados fuertes, con capacidad para imponer sus decisiones a otros Estados. Nunca un Estado ha sido capaz o ha poseído la potencia suficiente para obtener autoridad sobre el área geográfica que acompañaba al Sistema-Mundo, apareciendo el Imperio-mundo, un sistema que se encontraba unificado políticamente.

Existen varias acciones que un Estado clasificado como fuerte puede realizar:
o   Intervenir en el mercado-mundo para ayudar a productores domésticos.
o   Competir militarmente con otros Estados.
o   Realizar tareas estatales eficientemente.
o   Organizar el aparato del Estado para funcionar correctamente.
o   Establecer acuerdos estables con sujetos de la clase capitalista.
Los Estados del centro reciben materias primas de los Estados de la periferia y semiperiferia para posteriormente devolverlos a estos bienes con un valor añadido  a un precio mucho mayor.

-          Semi-periferia: Se especializa en productos industriales de alto coste.
Los Estados de la semiperiferia juegan un papel fundamental en el Sistema-Mundo y es que hacen que este sea mucho más estable su existencia, ya que deshace la polarización del Sistema-Mundo, de manera que los Estados del centro no se deben enfrentar a los semiperiféricos y periféricos juntos.  Estos Estados ocupan una posición intermedia en términos de fuerza estatal. Estos exportan bienes al centro y a la periferia, de manera que posteriormente recibirán bienes como mano de obra y con bajo nivel tecnológico desde la periferia y bienes con un alto valor añadido desde el centro.

Un claro ejemplo de este modelo lo podemos encontrar en el libreo de Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”. En el observamos como el comercio triangular entre Inglaterra como Estado del centro, que tomaba personas de África (periferia) para venderlas como esclavos en América Latina (Semiperiferia) a cambio de materias primas que permitían la acumulación de capital a su vuelta a Inglaterra (centro), permitió la creación de la máquina de vapor y por tanto el desarrollo de la industrialización.

Otros teóricos como Arrighi, mantienen que la base de la explotación de los países de la periferia por parte de los del núcleo o centro se basa en la explotación desigual. Mientras, otros autores como Dunn o Robinson añadirán que los Estados del centro poseen una estructura ocupada por capitalistas (bloque de poder)  que apoyan esta explotación de la periferia, mientras que en esta periferia, el bloque de poder, va a estar interesado en la permanencia de unos bajos salarios para mantener una cantidad elevada de exportaciones hacia el centro. Dunn además añade que la plusvalía extraída de la periferia ha jugado un papel importante en la pacificación del centro, donde se ha producido un ajuste en las relaciones de poder creándose una armonía entre capital y trabajo.


Según Wallerstein el Sistema-Mundo se caracterizaría por una apropiación del excedente o plus-valor de toda la economía-mundo por las áreas centrales. Esta apropiación del plus-valor debe realizarse por los dueños de los medios de producción en las relaciones que establecen con los trabajadores.
Por tanto, resumiendo lo anterior, podemos decir que el Sistema-Mundo de Wallerstein se basa en:
-          Una maximización del beneficio y la búsqueda de una ventaja competitiva hacia la eficiencia.
-          La búsqueda de una continúa acumulación de capital.
-          La explotación del trabajo por los propietarios de los medios de producción.

Una vez comprendemos que existe una economía-mundo integrada en el Sistema-Mundo, donde se desarrollan todos los procesos globales, autores como Taylor y Flint proponen tres escalas diferentes para analizar esta realidad. Estas escalas proporcionan una escala geográfica vertical. Estas son:
-          Internacional o global (realidad): Se la denomina realidad ya que contiene al resto de las escalas y constituye el total del sistema o Sistema-Mundo.
-          Nacional o estatal (ideología): Es una imagen deformada de la realidad. Un filtro representado por el Estado que filtra la influencia de la realidad sobre lo local.
-          Local o de la experiencia (experiencia): Sería la escala en la que vivimos a diario. Para los Estados del centro será un ámbito urbano, mientras que en la semiperiferia y la periferia será un ámbito rural.
Este modelo no propone tres sistemas separados, sino un único sistema (Capitalismo) que se manifiesta en tres escalas.


Debemos tener  en cuenta los componentes del Sistema-Mundo a la hora de analizar este. Existe un componente económico que es el capitalismo, basado en relaciones de explotación de los propietarios de los medios de producción sobre los trabajadores, produciéndose una división del trabajo a nivel sistémico.
Otro componente es el componente social. Este componente podemos desglosarlo en clases sociales por un lado, que definen sus relaciones en función de los medios de producción, existiendo por tanto trabajadores y propietarios, mientras que por el otro encontramos los grupos de status, compuesto por otras características que permite configurar fracturas sociales en torno a distintos elementos como pueden ser la cultura, la lengua, la religión, el género,…
El último componente es el político. Los procesos económicos no pueden darse sin procesos políticos. Las relaciones en el Sistema-Mundo se basan en la competitividad y la desigualdad intentando cada actor maximizar su poder respecto a los otros. Un pilar fundamental de este componente será la violencia ejercida a través de las fuerzas militares en las distintas guerras, que según explica Dunn, poseen tres características  fundamentales:
-          Las guerras entre Estados centrales ocurren cuando uno de estos busca ganar influencia sobre el sistema internacional.
-          Las guerras son utilizadas para aumentar su movilidad en el sistema-mundo y mejorar su status.
-          Las guerras son utilizadas para reestructurar las relaciones de poder entre los Estados centrales y periféricos.
Así la periferia se encuentra forzada a participar en la economía-mundo en términos favorables al capitalismo, siendo dominados por la economía, fuerza militar y la fuerza de los gobiernos de los Estados centrales.
Los Estados, como he señalado, juegan un papel fundamental como actores del Sistema-Mundo. Arrighi definirá estos como contenedores de poder. Un término que utiliza para poder diferenciar las distintas características de los Estados y la evolución de estos en el tiempo. Siendo por tanto los Estados la expresión política del proceso de acumulación, pero en vez de acumular capital, se acumula poder.

Si observamos la historia, podemos comprobar que en su transcurso siempre ha existido un actor internacional que ha sobresalido sobre el resto, un Estado que poseía la hegemonía en el Sistema-Mundo. Wallerstein comenta que esta hegemonía es el resultado de un proceso cíclico de las potencias que componen del centro.
Esta hegemonía se basa en que las empresas de un Estado poseen una ventaja simultánea en relación a las de otro Estado en tres sectores distintos, agro-industrial, comercial y financiero. Sin embargo la hegemonía de un Estado no se da permanentemente, sino que varía. Según Wallerstein esta variación ha ocurrido tres veces en toda la historia, señalando a Holanda en el siglo XVI como potencia hegemónica, en el XVIII a Inglaterra y en el XX a Estados Unidos. Todos ellos han poseído analogías entre sí. Estas coincidencias son:
-          Ambas han poseído una ventaja simultánea con respecto al resto de Estados.
-          Al ser los actores más eficientes en los tres sectores antes nombrados, promueven el liberalismo como modelo económico, que acarrea una apertura de fronteras por parte del resto de actores para que sus productos, más competitivos, posean una mayor expansión y obtengan más beneficio sus empresas.
-          Ambas son vencedoras de guerras mundiales (en las que participan los principales actores del Sistema-Mundo y que producen una importante destrucción material y social). Estas guerras son utilizadas como acto político para dirimir los enfrentamientos entre candidatos a esa hegemonía.
-          Estos actores son potencias militares con un gran ejército terrestre y marítimo.    
-          Toda potencia hegemónica se ha unido o asociado con la inmediatamente anterior.

Por tanto, con estas características, podemos decir que las hegemonías son cíclicas, entrando en crisis periódicamente, siendo por tanto las crisis un hecho consustancial al Sistema-Mundo capitalista. Estas, abrirán la posibilidad de nuevas configuraciones sistémicas.

domingo, 10 de abril de 2011

Teoría política: El Estado, el poder y la sociedad civil.


Actualmente casi toda la superficie terrestre, a excepción de la Antártida, se encuentra sometida o regulada bajo una forma de organización política moderna, que surgirá en el siglo XVI y que recibirá el nombre de Estado. El proceso histórico, así como las causas por las que surgieron son estudiadas frecuentemente tanto por historiadores, sociólogos y teóricos políticos entre otros.

El Estado parece causar una fascinación especial al ser visto como un ente político-organizativo que sobrevive en el tiempo, adaptándose a nuevas situaciones, así como parece ser la forma de organización socio-política más estable y eficaz, ya que el número de Estados que han ido contabilizándose desde su aparición, ha crecido progresivamente sin reducirse en ningún momento. Sobre todo tras los procesos de descolonización producidos en el siglo XX.

Sin embargo, el Estado es una realidad organizativa altamente compleja donde se cruzan multitud de elementos que hacen que esta estructura estatal se mantenga y que la sociedad que regula posea un determinado orden, no quedando muchas veces claro, cuáles son estos elementos. Soberanía, poder, gobernabilidad, legitimidad, sociedad civil, nación, administración pública, etc. son términos que frecuentemente aparecen ligados al concepto de Estado y que configuran aspectos organizativos y relacionales del Estado con otros sujetos (físicos o jurídicos), haciendo al Estado quizá uno de los sujetos claves para entender la política tanto a nivel interno como internacional.

El surgimiento del Estado y su relación con el poder.
La teoría política nos dice que todo Estado debe poseer unos componentes esenciales para su existencia, siendo estos soberanía, población y territorio. Charles Tilly definirá los Estados como “organizaciones de poder coercitivo, que son diferentes a los grupos de familia o parentesco y que en ciertas ocasiones ejercen una clara prioridad sobre cualquier otra organización dentro de un territorio de dimensiones considerables”[1]. Según este mismo autor, la mayoría de los Estados que han surgido a lo largo de la historia se pueden considerar como Estados no nacionales ya que la mayoría han sido o ciudades-Estado o Imperios y solo ha sido en los últimos siglos, cuando los Estado-nación han sido la verdadera referencia socio-política que configure la realidad nacional e internacional. 

Un Estado se consolida siempre y cuando exista una estabilidad política y un equilibrio social que permita que se desarrollen las instituciones que conecten a los ciudadanos con el poder, siendo necesario para la aparición de un Estado-nación, como argumenta T. Parsons[2], que existan además un sistema de valores compartidos por la mayor parte de sus miembros, ya que crean una cohesión social, así como una identificación que constituyen las bases para la creación de un consenso social, que permita el desarrollo de una convivencia relativamente pacífica. A este sistema de valores que permita una cohesión podemos añadir el elemento identitario que caracterizará a muchas naciones, unas que poseen Estado propio y otras que lo reclaman o que viven integradas en otros Estados plurinacionales. Este sentimiento de pertenencia puede venir unido a otros factores como pueda ser una cultura propia, una lengua o una raza. Estos valores serán interiorizados y adquiridos por los individuos a través del proceso denominado socialización política, sobre todo en la edad infantil, así como en diversas instituciones sociales como la familia, la escuela, grupos sociales o medios de comunicación, pudiendo por tanto, surgir una identidad que reclame un Estado-nación.

Tilly en su definición ya nos indica uno de los factores que quizá haya sido decisivo en la aparición del Estado, el poder y más concretamente en su variable coercitiva. El poder ha sido definido por Robert Dahl como un fenómeno cuantitativo que capacita, así como influye en el comportamiento de los demás. Mientras que Foucault daría una definición más directa diciendo que “el poder es esencialmente lo que reprime”[3]. Por lo tanto, utilizando estas dos definiciones queda claro que el poder va a ejercer un determinado efecto sobre el comportamiento de los individuos y que principalmente, será coercitivo.
Toda sociedad posee una distribución del poder que hará a esta característica y siendo acorde a unos criterios socialmente aceptados que doten de poder a los individuos. Un ejemplo claro es como en muchas sociedades, el sexo es determinante para la provisión de poder a parte de los miembros de esa sociedad, así como la edad, ya que ser mujer o menor de edad significa no poseer los requisitos sociales establecidos para ser proveído de este en determinadas sociedades. Así las sociedades se configurarán en función de las relaciones de poder establecidas en un momento determinado, siendo los dirigentes de estas aquellos que más poder acumulen, siendo por tanto un elemento cuantitativo que puede transferirse o alienarse, total o parcialmente y que todo individuo puede detentar y que cede para contribuir a la constitución de un poder político, apareciendo así la soberanía.

Esta acumulación de poder podría haberse dado a través de diferentes formas, quedando configurado en una determinada persona o figura mediante diversos mecanismos como la legitimidad, ya fuese esta tradicional, carismática o racional-legal, además de una última que en nuestros días cobra cada vez mayor fuerza, la eficacia.
Este elemento cuantitativo del poder puede relacionarse con otro elemento que tiene una importancia vital, la economía o el capital. En el proceso histórico de la construcción del Estado, aquellos que han detentado los principales medios de coerción, siendo este generalmente los ejércitos o fuerzas armadas, han precisado de bienes para mantener esta posición ventajosa con respecto a otros individuos que también buscasen detentar ese poder (otros nobles, reinos, etc.) Por ello era necesario crear estructuras organizativas centralizadas, creando unas relaciones económicas y organizativas para extraer recursos, que permitiesen el mantenimiento de esta fuerza coercitiva dando lugar a una estructura socio-política compleja, que buscaba de algún modo ser legítima para detentar ese poder y obtener la obediencia de otros individuos sobre un territorio determinado. Aparece así el derecho, un pensamiento jurídico que trata de reglar las relaciones de poder intrínsecas en la sociedad y que reprime o coarta a los individuos de llevar acciones contra ese poder que lo origina, pertrechándose este de una herramienta que junto con los terratenientes y fuerzas armadas, aseguraría una obediencia coercitiva y coactiva.
Así capital y poder definen la explotación y la coerción como dominio, cristalizando en aristocracias que suministrarían sus principales soberanos a Europa[4].

La sociedad civil, impulsora del Estado.
El Estado surgiría como un proceso de la concentración de poder y capital en unas pocas manos, siendo generalmente estas la monarquía, que tendría su máximo exponente en las monarquías absolutistas de Europa Occidental (legitimidad tradicional), y con la aparición del capitalismo en el siglo XIV, la clase burguesa, que evolucionará paulatinamente de artesanos y prestamistas a propietarios de medios de producción fabriles ya en el siglo XIX.

El poder es un elemento cuantitativo que no permanece estático, que configura relaciones sociales y que continuamente funciona a través de una red reticular, trasvasándose de unos individuos e instituciones a otras[5]. Este precisaría de una base ideológica que lo sustentase siendo difundida a través de diferentes medios como pudiese ser la religión (monarquías absolutas) o la educación. Este último factor, unido al poder económico de clase (en relación a la clase burguesa), serían los factores determinantes que producirían el trasvase de poder desde la monarquía a la ciudadanía. 

Con la concentración progresiva de poder en la clase burguesa, sobre todo fundamentado en factores económicos, se va produciendo una aparición paulatina de la demanda de centros de ocio y cultura similares a los que disfrutaban la aristocracia, como óperas, teatros, literatura, etc., que servirán como espacios públicos donde la socialización política y la creación de una cultura política se produzca cada vez a mayor ritmo. La clase burguesa constituye un sujeto privado pero que comenzará a disponer de capacidad para configurar la esfera pública que surge con la creación del Estado, a través de su acceso al poder político y de toma de decisiones, claramente ligado a su poder económico. A su vez, la alfabetización irá recalando entre los trabajadores  que tendrán sus propios medios de socialización política, siendo principalmente la familia, la Iglesia y las tabernas[6]. Es en este punto, donde la alfabetización y las nuevas corrientes políticas poseen una difusión relativamente amplia, cuando la sociedad civil pretenderá una mejora de sus condiciones, estando generalmente organizada y seccionada en intereses ideológicos o económicos.  Esta sociedad civil se caracterizará por ser asociaciones humanas con una organización más o menos establecida, que crea una red de relaciones para la defensa de ideologías o determinados objetivos.

La sociedad civil se organizaría primeramente en organizaciones con una fuerte tendencia centralista, identificándose generalmente con una clase social, con unos objetivos básicamente económicos o de mejoras laborales, siendo los menos los políticos, para posteriormente evolucionar en las sociedades modernas hasta movimientos que se interesan más por aspectos culturales, identitarios o derechos civiles, donde la identificación con una clase social irá desapareciendo según aumente el Estado de Bienestar, con una organización más descentralizada.

La acción organizada de la sociedad civil sería una válvula de escape del conflicto inherente a la sociedad y que propone modificaciones en las relaciones de poder a través de un amplio abanico de acciones, que pueden ir desde acciones pacíficas y convencionales como son manifestaciones o huelgas (primeramente reprimidas y no toleradas para ser aceptadas con el paso del tiempo) hasta acciones transgresoras o violentas que hayan desencadenado verdaderos conflictos armados en el seno de la sociedad. 

Esta sociedad civil, sobre todo en los Estados más avanzados, conseguiría que se produjese una redistribución del poder político, aunque no tanto económico, que seguiría siendo uno de los principales creadores de desigualdad en el seno de la sociedad. Así paulatinamente la sociedad civil iría accediendo a determinados derechos, que supondrían el acceso al poder político o a su reparto de la mayoría de la población del Estado, sobre todo ya en el siglo XX. Esto supondría una modificación de la legitimidad del poder, pasando de ser un poder de cuadros, a un poder que reside en la mayoría de la población y que lo cede en aras de una organización que permita el desarrollo de una vida relativamente estable.

Max Weber definiría el Estado como una organización cuyo éxito radica en la pretensión y posesión del monopolio de la violencia física legítima, estando esta violencia claramente relacionada con el poder coercitivo del Estado. Jugando este un importante papel en la repercusión que las demandas sociales pueden tener en el sistema político, ya que mediante la coacción o represión se pueden limitar y contener las demandas, evitando así que las relaciones de poder varíen, siendo un elemento esencial para ello las fuerzas armadas y la policía. Por lo tanto la coacción no solo sirve para mantener una cierta estabilidad que permita el ejercicio del poder, sino que puede impedir que ese poder se trasvase a otros individuos o colectivos, aunque no siempre se consiga. El Estado por tanto, no es como el resto de asociaciones humanas, ya que por un lado brinda un marco de actuación a la sociedad civil para que exprese sus demandas, en mayor o menor medida dependiendo de la represión que se utilice para contener estas, y por otro lado acoge a esa sociedad civil[7]. Fija por tanto las condiciones y las reglas básicas del juego político y de toda actividad humana, ya sea asociacional, expresiva o intelectual, pudiendo obligar a los miembros que lo componen a llevar a cabo determinados comportamientos, siendo estos destinados en beneficio del bien común o del interés estatal.

La sociedad civil a través de su organización en partidos políticos o diferentes movimientos sociales ha constituido uno de los principales motores de la actividad política, modificación de la concentración del poder político y económico, así como la evolución de los derechos civiles, políticos y sociales dando lugar a sociedades en los que el Estado es una herramienta de organización socio-política con una esfera pública que disfrutan o utilizan muchos de los ciudadanos que lo componen, pero que todavía posee reductos y concentraciones de poder que impiden que la soberanía y el control de esta maquinaria sea efectivo por parte de las personas que lo componen.

El Estado hoy.
Tilly señala[8] que se han impuesto dos importantes corrientes en la dinámica estatal: una que pretende la creación de Estados-nación para poblaciones diferenciadas cultural, lingüística o étnicamente; y por otro lado, la aparición de rivales del Estado como “contenedores de poder” y modificadores del concepto de soberanía como pueden ser Organizaciones Internacionales de diversos tipos (Organización de Naciones Unidas (ONU), Organización Tratado Atlántico Norte (OTAN)) , un nuevo género desconocido hasta mediados del siglo XX, como las organizaciones supranacionales, siendo la Unión Europea su máximo exponente u Organizaciones Transnacionales basadas en el capital, como las Empresas Multinacionales.

Estas corrientes son mutuamente excluyentes en una realidad donde las identidades poseen cada vez unas fronteras cada día más distorsionadas, pero que por ello refuerzan los procesos nacionalistas como defensores de unas características identitarias propias y tradicionales, así como reconfiguradores de la concentración de poder que posee el Estado, ya que algunas de ellas pueden sustraer parte de ese poder que había guardado celosamente durante varios siglos cediendo soberanía o sometiéndose a estas organizaciones internacionales o supranacionales, mientras que otro tipo, las organizaciones transnacionales en su vertiente económica, pueden disputar muchas veces el papel de principal contenedor de poder al Estado, debido a la importancia que la economía y el capital juegan actualmente en la política.

El Estado ha sido un elemento de estudio que ha picado la curiosidad de multitud de estudiosos desde su configuración. Sus transformaciones y adaptaciones han sido diversas y muchas veces inesperadas, sin embargo con la globalización, puede que estemos entrando en una época donde el Estado-nación tal y como lo conocíamos pase a ser un Estado-postnacional, que no posea la capacidad soberana en su totalidad.
El Estado sigue su evolución y no sabemos a ciencia cierta hacia dónde va, pero una cosa es clara, seguirá siendo objeto de estudio durante muchos años más.


[1] Tilly, Ch. “Coerción, Capital y los Estados europeos (990-1990)”. Alianza Editorial. Madrid. 1992.
[2] Benedicto, J y Morán, M. L.; “Sociedad y Política. Temas de sociología política”. Alianza. Madrid. 2004
[3] Foucault, M. “Microfísica del poder”. Ediciones La Piqueta
[4] Tilly, Ch. “Coerción, Capital y los Estados europeos (990-1990)”. Alianza Editorial. Madrid. 1992.
[5] Foucault, M. “Microfísica del poder”. Ediciones La Piqueta
[6] Habermas, J. “Historia y crítica de la opinión pública” Barcelona, 1994.
[7] Walzer, M. “Democracia y sociedad civil. La idea de sociedad civil. Una vía de reconstrucción social”. Dissent. 1991.
[8] Tilly, Ch. “Coerción, Capital y los Estados europeos (990-1990)”. Alianza Editorial. Madrid. 1992.