Las protestas de Libia comenzarían dos meses después que en su vecino Túnez de manera muy similar a como comenzaron en este Estado o en Egipto. Las oportunidades políticas, tras la caída de Mubarak y Ben Alí, parecían que favorecían un nuevo derrocamiento popular. El de Gadafi.
Sin embargo, aunque primeramente pareciese a los ojos de muchos que estas protestas podrían triunfar también, donde antes sus vecinos triunfaron, no tuvieron en cuenta el control férreo de Gadafi sobre quizá, el poder coercitivo estatal de mayor importancia, el control férreo que Muamar el Gadafi poseía sobre el ejército Libio. En las anteriores protestas vimos como una vez que el ejército decidió no intervenir y mantenerse neutral, las protestas, sin una represión por parte del Estado aumentaron progresivamente tanto en número como en intensidad. Pero en Libia la postura del ejército ha sido clave para que el proceso de transición democrática se enquiste y tome tonalidades de guerra civil. Una guerra civil donde los insurrectos, en este caso, los que pretenden una apertura del sistema represivo de Gadafi, poseen una peor formación militar, así como un equipamiento claramente mejorable. Solo el factor sorpresa les haría ganar terreno hacía Trípoli durante los primeros días de insurrección. El tiempo que la familia Gadafi tardaría en organizar al ejército y a sus seguidores.
Gadafi comenzaría a retomar y a reprimir toda insurrección sin piedad alguna, desdeñando el número de vidas que para ello fuese necesario llevarse por delante, quizá su error más grave, pues si su contraataque hubiera sido mucho más selectivo en vez de dar rienda suelta a la maquinaria bélica libia, quizá la comunidad internacional hubiera tenido muchas más reticencias de intervenir en Libia. De esta forma, Gadafi en pocos días se plantaría en las puertas del bastión rebelde, que unido a su mayor capacidad militar y de recursos (generalmente utilizado para la compra de armas y contratación de mercenarios que permitiesen mantener a flote su régimen) hacía que el futuro de los insurrectos pintase bastante oscuro.
Es en este punto del conflicto cuando la siempre tediosa y lenta ONU decide tomar cartas en el asunto mediante la aprobación de una Resolución de su Consejo de Seguridad el 17 de Marzo de 2011.
Según esta Resolución los principales objetivos de la intervención armada son:
1. Un inmediato cese del fuego y un fin completo de la violencia, ataques y abusos sobre los civiles.
2. Subrayar la necesidad de intensificar los esfuerzos para encontrar una solución que responda a las demandas legítimas del pueblo libio e iniciar las reformas necesarias para encontrar una solución pacífica.
3. Se demanda a las autoridades libias cumplir con sus obligaciones bajo el Derecho Internacional Público, incluyendo el derecho humanitario internacional, los derechos humanos y la ley de refugiados, tomando las medidas para proteger a los civiles en sus necesidades básicas, permitiendo un acceso rápido a la asistencia humanitaria.
Para estos tres objetivos fundamentales se ha llevado a cabo una zona de exclusión aérea, un embargo de armas, prohibición de vuelos procedentes de Libia a despegar, aterrizar o sobrevolar cualquier territorio nacional sin la autorización expresa del Comité de Naciones Unidas, congelación de activos financieros de las autoridades libias y la creación de un panel de expertos que tendrán como principal función aconsejar a las Naciones Unidas en el proceso libio.
La Resolución de Naciones Unidas en ningún momento plantea la deposición Gadafi del ejecutivo Libio, lo que a posteriori puede ser el principal impedimento. Gadafi ya ha declarado que si deja Libia será con los pies por delante y conocido el historial de acciones que Muamar ha llevado a cabo a lo largo de toda su historia, es un secreto a voces que esta historia solo tiene dos finales posibles. Uno es que las fuerzas internacionales encabezadas por la OTAN y tras una nueva Resolución de la ONU (principalmente debido al recrudecimiento del conflicto armado intralibio) vea como única posibilidad para que esta primera Resolución se cumpla, el que sea necesario deponer por la fuerza a Gadafi (en este caso y según declaraciones del afectado todo apunta que será más muerto que vivo) empantanando todavía más la situación en Libia y la posición de los Estados que participan en esta ofensiva (de primeras con carácter humanitario pero que pocos dudamos que sea así por mucho tiempo) o por otro, que muy poco probable, el conflicto se apacigüe, desembocando en reformas políticas que remotamente pudiera tener éxito, ya que no solo sería necesario un cambio de líder en Libia, sino que sería necesario cerrar la brecha que se ha abierto entre los ciudadanos libios, cosa que no es siempre fácil y que puede enquistar y hacer todavía más perdurable el conflicto en el tiempo, aunque sea intramuros y de manera más latente.
El conflicto libio a corto plazo no tiene una perspectiva muy favorable para ninguno de los actores implicados en él. Seguramente antes de ayer no fuese la última vez que veremos a Zapatero en el Congreso, pidiendo el apoyo para la actuación española en Libia. Existirá una próxima. Sin embargo mientras, los que sufren, tienen miedo, huyen de sus casas, pierden sus seres queridos, pasan hambre y dejan atrás toda una vida comienzan estos días un periplo que esperemos dure lo menos posible.
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