Durante los últimos tres años, en un contexto de
alarmismo sobre el plan nuclear iraní, han sido numerosas las noticias
internacionales que comenzaban con el encabezado de “Irán pretende unirse al
club de las potencias nucleares” o “Teherán da un nuevo paso hacia la
conversión en potencia nuclear”. ¿Pero tenemos claro el verdadero significado
de las palabras “potencia nuclear”?
Generalmente, se entiende por potencia nuclear a un
Estado que posee armamento nuclear. Por su parte, “Estado poseedor de armas
nucleares” es un término usado en el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP)
para referirse a todos aquellos países que detonaron artefactos nuclear antes
de 1967, año anterior al de la firma de dicho tratado.
“….A los
efectos del presente Tratado, un Estado poseedor de armas nucleares es un
Estado que ha fabricado y hecho explotar un arma nuclear u otro dispositivo
nuclear explosivo antes del 1º de enero de 1967.” (Artículo 9, párrafo
3 del TNP)
Partiendo de dicha definición, podemos decir que,
actualmente tan sólo existen cinco Estados en el mundo que puedan ser
considerados “potencias nucleares”: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia
y China. Veamos, brevemente, cuál ha sido la evolución de los programas
nucleares de estos países.
Estados Unidos
Único país que ha utilizado alguna vez armas
nucleares en un conflicto bélico, Estados Unidos desarrolló las primeras armas
atómicas durante la Segunda Guerra Mundial en cooperación con el Reino Unido y
Canadá (el famoso “Proyecto Manhattan”). Probó su primera arma nuclear en 1945
y, poco después, lanzaría sus creaciones sobre Hiroshima y Nagasaki. Fue el
primer país en desarrollar la bomba de hidrógeno (probándola en 1952) y durante
la Guerra Fría, llegó a poseer unas 35.000 armas atómicas. En la actualidad
(datos de 2012) los Estados Unidos disponen de unas 2.150 ojivas nucleares
activas (1.950 estratégicas y 200 tácticas) más otras 2.800 en reserva y unas
3.000 almacenadas para desmantelamiento, haciendo un total de, aproximadamente,
8.000 armas.
Rusia
La Federación Rusa es el país con el mayor arsenal
de armas nucleares del mundo, tanto en activo como en reserva. La URSS probó su
primera arma nuclear en 1949, en un intensivo proyecto desarrollado
parcialmente mediante espionaje que sería puesto en marcha tras el ataque a
Hiroshima y Nagasaki, con el fin de lograr alcanzar un equilibrio de poderes
durante la Guerra Fría que garantizara la supervivencia de la Unión Soviética.
Durante la Guerra Fría, la URSS llegó a disponer de un arsenal de unas 45.000
armas nucleares que, en su mayoría y tras su disolución en 1991, quedaron en
posesión de Rusia; la cual, a través de compras y acuerdos con las demás
naciones de la disuelta Unión (Kazajstán, por ejemplo), lograría reincorporar
la totalidad del antiguo arsenal soviético. Actualmente (datos de 2012) Rusia
dispone de unas 4.430 ojivas nucleares activas (2.430 estratégicas y 2.000
tácticas) más unas 5.500 almacenadas para desmantelamiento, lo que totaliza
unas 10.000, si bien algunas informaciones apuntan a un total de 14.000 cabezas
nucleares.
Reino Unido
El Reino Unido realizaría su prueba nuclear en 1952,
utilizando gran parte de los datos obtenidos mientras colaboraba con Estados
Unidos en el Proyecto Manhattan. Su programa fue motivado por la voluntad
inglesa de contar con una fuerza disuasiva frente a la amenaza soviética, y
mantener un papel de potencia mundial en la Europa de la Guerra Fría. En la
actualidad, Reino Unido mantiene su arsenal de unas 250 cabezas (160 de ellas
activas) desplegadas en sus flotas de submarinos y cazabombarderos.
Francia
Francia comenzó a desarrollar su propio programa
nuclear (a través de investigaciones propias y de las aportaciones de
científicos franceses que habían colaborado en el Proyecto Manhattan) en la
década de los 50 ante el deseo francés de constituir un contrapeso en Europa al
protagonismo de EEUU en el seno de la OTAN, como elemento de disuasión
independiente frente a la URSS, y como vía para mantener un estatus de gran
potencia en el nuevo mundo surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Tras llevar
a la práctica su primera prueba nuclear en 1960, Francia fue desarrollando un
arsenal nuclear propio que, si bien fue parcialmente reducido tras el fin de la
Guerra Fría, actualmente cuenta con unas 300 cabezas nucleares articuladas en
un sistema basado en submarinos con misiles balísticos y misiles aire-tierra de
medio alcance.
China
China probó su primera arma nuclear en 1964, siendo
el primer país asiático en desarrollar y probar esta clase de armamento;
armamento que fue concebido (al igual que ocurriría en otros casos) como una
carta de disuasión frente a las dos superpotencias de la Guerra Fría, con las
que China mantuvo largos periodos de enfrentamiento alternativo. Actualmente, China
está centrando su programa nuclear hacia la modernización y desarrollo
tecnológico de su arsenal, más que en el aumento cuantitativo del mismo; a
pesar de lo cual (según datos de 2011) se estima que el arsenal chino cuenta
con unas 240 ojivas nucleares, de las que aproximadamente 178 se encontrarían
activas.
El Tratado de No Proliferación Nuclear
Pero volvamos al TNP. Impulsado por Estados Unidos y
la Unión Soviética, el Tratado de No Proliferación Nuclear fue abierto a la
firma en 1968 (y desde entonces, ha sido ratificado por la inmensa mayoría de
Estados soberanos del mundo), con el objetivo expreso de impedir la
proliferación de armamento nuclear a escala mundial, dado el tremendo poder de
destrucción de estas armas. A pesar de ello, y paradójicamente, en el propio
texto del Tratado se reconoce implícitamente el derecho a tener armamento
nuclear a cinco países: Estados Unidos, la URSS (ahora Rusia), Reino Unido,
Francia y China; lo que constituiría un claro intento de consagración de una
situación de status quo que garantizara que los cinco países que podrían vetar
el cumplimiento del Tratado (recordemos que el encargado de velar por el
cumplimiento de la legalidad internacional es el Consejo de Seguridad de la
ONU) no lo hicieran.
Con la firma del TNP, los cinco “Estados poseedores
de armas nucleares” se comprometen a no transferir a otros países estas armas y
a no facilitarles la tecnología y equipos necesarios para desarrollar un
armamento nuclear (art. 1), aunque pueden facilitar a los restantes países del
TNP toda la ayuda necesaria para el desarrollo de la energía nuclear con fines
pacíficos, cuyo uso está expresamente reconocido por el Tratado (art. 4). Dicho
uso tiene que llevarse a cabo respetando las salvaguardias presentes en el
Tratado; y todos los Estados firmantes deben comprometerse a suscribir acuerdos
de supervisión con el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) para
garantizar que sus programas no tienen fines militares (art. 3).
Finalmente, los Estados poseedores de armas
nucleares se comprometen a “celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas
eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha
cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo
bajo estricto y eficaz control internacional” (art. 6). La expresión “en fecha
cercana” dejaba patente que no se imponía a estos países una fecha límite para
la puesta en marcha del desarme, lo que hace que, a día de hoy, este siga sin
haberse producido más allá de pequeños acuerdos bilaterales, sobre todo entre
Estados Unidos y la URSS/Rusia (los famosos acuerdos SALT).
A día de hoy, el TNP constituye una pieza clave del
sistema de seguridad colectiva y un pilar básico de la paz y estabilidad
mundiales. Pero lo cierto es que la efectividad del Tratado depende claramente
de la propia voluntad política de los miembros de la comunidad internacional,
punto que se pone de manifiesto en el hecho de que son muchos los países que
han instrumentalizado su adhesión al mismo con el fin de desarrollar sus
propios programas nucleares. Así, países como Brasil y Argentina tan sólo se
adhirieron a él (Argentina lo haría en 1995, y Brasil en 1997) tras lograr
plena capacidad y autonomía en materia nuclear (lo que les permitiría poner en
marcha un programa armamentístico en poco tiempo y sin dependencia del
exterior); algunos países, como Corea del Norte, se adhirieron a él pero
posteriormente lo denunciaron (Pyonyang lo hizo en 2004); y otros como India,
Pakistán e Israel se han negado reiteradamente a firmar el Tratado de No
Proliferación (siendo junto con Corea del Norte y Sudán del Sur los únicos
países que actualmente no son partes del TNP) con el objetivo de desarrollar
sus propios arsenales nucleares, cosa que los tres países ya han conseguido,
uniéndose de facto (y junto con Corea del Norte) al club de las potencias
nucleares.
Y es precisamente en el problema de los países no
firmantes donde se pone de manifiesto que la legitimidad y eficacia del TNP no
depende solo de una voluntad política de respeto al mismo, sino también de la
voluntad de la comunidad internacional por hacer cumplir sus disposiciones. En
efecto, este punto pone de manifiesto lo que ha venido en denominarse la
“hipocresía nuclear” de las potencias nucleares: el hecho de que se haya
tolerado que India, Pakistán e Israel hayan alcanzado capacidades militares
nucleares (incluso colaborando con ellas en el caso de India) mientras que a
otros países se les hayan impuesto fuertes sanciones internacionales por
desarrollar programas que, en el caso de Irán, ni siquiera se ha podido probar
que tengan objetivos militares.
Conclusión
El TNP ha merecido numerosas críticas a lo largo de
su vigencia por parte de un gran número de países, que consideran que el
Tratado consagra una profunda situación de discriminación entre “Estados
poseedores de armas nucleares” y “Estados no poseedores de armas nucleares”
desde una doble perspectiva: por un lado, impone obligaciones sobre los
segundos que no aplica a los primeros, al prohibir a aquellos la fabricación o
adquisición de armas nucleares; lo que, yendo más allá en la crítica,
constituye un déficit de seguridad del resto del mundo respecto de “los cinco
(u ocho) privilegiados”. Por otro lado, las medidas para el control de
armamentos y el desarme nuclear, al hacer depender su puesta en marcha de la
voluntad política de las potencias nucleares, son débiles, insuficientes y no
compensan las estrictas obligaciones aceptadas por los otros miembros del
Tratado.
No obstante, y pese a todas estas críticas
(legítimas por otro lado) la Conferencia de Desarme de 1995 examinó y prorrogó
indefinidamente la vigencia del TNP, dando así un empuje decisivo al actual
sistema de no proliferación nuclear. Y es que, a día de hoy y al margen de sus
carencias, el Tratado de No Proliferación es el único instrumento del que
dispone la comunidad internacional para intentar garantizar la no extensión de
un armamento que podría borrar del mapa a países enteros en sólo unos días.
A pesar de ello, y según datos del prestigioso
Instituto de Estocolmo de Estudios para la Paz (SIPRI, por sus siglas en
inglés), el número total de cabezas nucleares disponibles a comienzos de 2012
ascendía a unas 19.000 unidades, de las cuales 4.400 estarían en situación
operativa. Por otro lado, Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido
continuarán siendo potencias nucleares en el futuro, ya que siguen modernizando
su sistema armamentístico nuclear. Por su parte, India, Pakistán e Israel
siguen aumentando sus arsenales (que se estiman en unas 80-150 unidades en los
tres casos), seguidos a más distancia por Corea del Norte (con una estimación
de entre 7 y 10 cabezas nucleares operativas).
Así pues, el camino hacia un mundo libre de armas
nucleares es todavía muy largo.